Mediodía del primero de noviembre, día de todos los Santos. La festividad nacional es aprovechada por los isleños para el descanso y el relax. Unos en la playa aprovechando los últimos coletazos de un verano que resiste a marcharse. Otros de paseo por el campo disfrutando del incipiente manto verde que empieza a vestir la tierra tras las pasadas lluvias. Y otros, simplemente, pasando el rato enzarzados en su afición favorita. Este era su caso.
Pocos, muy pocos, lo saben. Tenía estatus como para haberlo hecho, pero su afición no apareció en el listado de los 9 hobbies más extraños que publicó hace unos años la revista 20 minutos (aunque compartían la número 8 de esa lista). Él guarda cautelosamente su secreto, en parte porque teme ser incomprendido en su rareza, en parte porque le produce un morbo especial que sea un misterio. Cada semana, llueva o truene, haga sol o temporal, él coge su cámara de fotos y se sumerge en la más profunda y secreta de sus pasiones: fotografiar bolas.
Alguna vez lo intentó explicar a alguien cercano, pero siempre se terminaba echando atrás. Le resultaba imposible hacer entender a los otros su furor obsesivo por captar a través de su objetivo bolas de todos los tipos y de todos los colores y de todas las formas. Bolas grandes, bolas chicas, boliches, maltesers, ferrero rocher, chupachups, bolas de billar, balones de fútbol, naranjas, perlas… en la plaza de la Iglesia de Arrecife usaba gafas de sol para que no se le notara la mirada lujuriosa… en la playa se escondía para no ser acusado de voyeurista. Todo lo redondo le ponía. Y si era visto desde abajo, más aún.
Por eso esa mañana de primero de noviembre cogió su zodiac y atravesó la marina de Arrecife y el sol bronceó su piel. Por eso paró el motor bajo el puente de las bolas, su oscuro objeto de deseo, su musa arquitectónica, y sacó su cámara de fotos con la precisión y el esmero de un francotirador. Por eso se sintió, por un momento, mucho más que un presidente de Cabildo. Se sintió al mando de una gran misión vital. Se sintió capitán de un gran barco. Se sintió, en su soledad sobrevenida, en su slip arrequintado, el mismísimo Cristiano Ronaldo.
Comentarios
Hombre, yomismamente, el presidente del Cabildo se ha hecho famoso precisamente por hacer lo que le sale de las bolas. Si hasta tiene problemas con la justicia por eso.