Poca altura se le puede presuponer a alguien que, el día de su toma de posesión como presidente del Cabildo se autodefine como un “cantinero”, aunque algunos interpretaran su corte de pelo como un signo de cambio y respeto a la primera institución insular.
Pero no ha sido así. San Ginés está llevando hasta el extremo sus dos grandes debilidades: el servilismo y la chulería. Poco a poco, ha ido dosificando sus actuaciones en beneficio de los grandes poderes económicos de la isla. Primero se cargó al inspector de Patrimonio por cometer el delito de hacer su trabajo. Después presentó un avance del PIOL en el que borra de un plumazo las medidas de contención del crecimiento turístico. Y ahora, la última traca: los técnicos de la oficina del Plan Insular apartados de sus funciones en los casos de los hoteles ilegales porque le sale de los testículos.
No estuvo preciso del todo el presidente al definirse como cantinero. Este pequeño Cristiano Ronaldo que nos toca padecer hubiese afinado más de haberse llamado el limpiabotas del poder.