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Pedro San Ginés acude a su cita semanal con el peluquero. “Esta vez quiero algo nuevo, diferente, y te doy libertad para que elijas, ya sabes, dentro de un estilo institucional”. Después de seis años de fidelidad a su estilista, Pedro no sabe que su peluquero es del Partido Popular, muy fan de Ástrid Pérez. Como buen profesional ha sabido ocultar sus preferencias políticas y aunque le ríe todas sus gracias para no perderlo como cliente, en el fondo siente por el presidente un sincero desprecio, una legítima animadversión. Tampoco sabe el presidente que su peluquero lleva años esperando este momento de libertad para ejecutar su plan. Sabe que está ante la oportunidad de su vida para crear una anécdota brutal, para perpetrar la mejor putada en la historia de los presidentes de Cabildo. La venganza elevada a la categoría de arte, como en las películas de Tarantino.

Mientras le lava el pelo repasa con minuciosidad el plan. Brillante. Perfecto. Maquiavélico. Pasan por su cabeza cientos de recuerdos: la toma de posesión y el discurso de cantinero, los días felices de pacto con el PP, la ruptura con Ástrid, los continuos desplantes y ninguneos… Le mira con ojos de depredador.

“Listo”, le dice. Pedro abre los ojos y se mira en el espejo. “Me gusta, ¿qué me hiciste?”. “El corte habitual con una ligera variación en el flequillo. Pero te he aplicado un tinte muy especial, de ahí que notes el pelo un poco más brillante”. “Sí, queda de puta madre”, confirma el presidente mientras se dedica una de sus miradas en el espejo, con autoguiño incluido. Se despiden con un choque de manos y se va. El peluquero siente un hormigueo por todo el cuerpo, una pulsión sublime. La excitación del trabajo bien hecho.

Tres días después, un fotógrafo revisaba en la pantalla de su cámara una foto que acababa de sacar a Pedro durante la firma de un convenio. Hay algo en el pelo de presidente, unas sombras claras. Primero piensa que puede ser suciedad en la pantalla y la limpia con el bajo de la camisa. Pero la foto sigue igual. Decide entoces darle al zoom. En la cabeza de San Ginés, escrito con letras rosadas, visible únicamente gracias al flash de su cámara, el fotógrafo lee: “PELO INGOBERNABLE. PRIVATÍZALO”.

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