Jueves 29 de septiembre. Casi todos se han marchado ya de El Almacén tras su reinauguración. Las últimas luces se apagan y el responsable de seguridad hace una última ronda por el edificio para comprobar que no queda nadie en su interior. El bar, despejado. La zona de exposición, despejada. El Hub, despejado. El Cubo… ¿hola? ¿hay alguien ahí?
Tres sombras perfilaban la pared del fondo. Sentados en el suelo, en una de las esquinas, Pedro San Ginés, Yayo Fontes y Óscar Pérez compartían unas confidencias que prometían ser jugosas tras unos brindis de celebración.
- Yo le conocí. Era pura energía. Pura determinación.
- Si, Yayo, pero tampoco le hiciste mucho caso, ¿no?
- ¿A qué te refieres?
- Pues que al poco de morirse ya estabas defendiendo llenar la isla de campos de golf, joder.
- Pues claro, porque César estaba encantado con la idea, me lo dijo una vez.
- Y a mí también me lo dijo una vez, creo.
- Sí, a todos nos dijo alguna vez que le encantaba el golf.
- Que sí, que sí, y hubiese aplaudido en primera fila el museo submarino.
[Todos ríen]
- Es que era un soñador, un utópico.
- Pues sí, ese era su mayor atractivo pero también su mayor defecto.
- ¿En qué sentido lo dices, Pedro?
- Pues que en el fondo César era un populista, solo decía lo que la gente quería oír, pero gobernar es otra cosa.
- Ya, te refieres a que él no tenía a Juan Francisco todo el día llamando y dando el coñazo, ¿no?
- Claro, a Juan Francisco y a tantos otros, César no tenía que pagar ninguna campaña electoral, esa es la gran diferencia.
- Pues lo nuestro tiene más mérito, porque aguantar a más de uno no compensa ni con los regalos que nos hacen.
- Está claro.
- Solo hay una cosa en la que creo que César y yo éramos iguales.
- ¿Solo una? ¿A qué te refieres, Pedro?
- Se los voy a confesar, ahora que las copas y la oscuridad me han aflojado la lengua.
- Cuenta cuenta.
- Hace unos meses pensé en cambiarle el nombre a El Almacén, precisamente por esa similitud que tenemos César y yo, porque ambos somos seres muy espirituales.
- ¿Qué tú eres espiritual? Creo que has bebido más de la cuenta, cantinero.
- Que sí, Yayo, en serio. He descubierto que debajo de esta fachada seca y violenta, debajo de mis ticks nerviosos, de mi carácter desagradable y mis arranques chungos, llevo un maestro zen en mi interior, un puto monje budista. Pocos lo saben. Cuando estuve en el Sahara hace unos meses dediqué largas horas a meditar en el desierto, y lo mismo me pasó hace poco en Río de Janeiro. Y tras tanta introspección he llegado a la conclusión de que este mundo es mucho mejor desde que soy presidente del Cabildo. Por eso pensé en ponerle otro nombre al almacén que conectara el mundo espiritual de César y el mío.
- Pues chiquita conclusión, ¿y qué nombre se te había ocurrido?
- El Alma Zen.
Comentarios
Joder como te espabila la pasta y el poder