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Creado en 16 Junio 2008 0 Comentarios

La erótica del poder

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Mucha agua ha pasado por debajo del puente hasta que hemos llegado a un estado de derecho cuyas leyes nos sirven de límite y garantía al ejercicio de los poderes públicos. Pero, vamos a entendernos: lo propio del poder, aquello que lo caracteriza por antonomasia, no es su control, sino su arbitrariedad, es decir, la posibilidad de que pueda hacer lo que me salga de los huevos. Eso es poder.

Si yo ostento el poder, lo que deseo es que cada uno sepa en todo momento quién es quién y porqué; quién es el que más mea y el que dice lo que hay que hacer, cómo y cuando. Las leyes están ahí, pero yo instituyo y destituyo cuando me plazca. De lo único que hay que preocuparse es de que mis órdenes estén impresas en el papel adecuado con el sello adecuado. Y cuando esto no sea posible, la cuestión estribará en averiguar el procedimiento por el que pueda crear un modelo de papel y de sello que habilite la orden que se acaba de gestionar en uno de mis testículos.

En esto nos puede echar una mano, o un huevo, el Constitucional y su güevada de cambiar por la cara, o por sus huevos, la doctrina del tribunal para dejar en la calle a los Albertos, dos estafadores de los cojones que han defraudado más de 20 millones de euros, y que ahora tienen que estar descojonándose.

Así funciona: alguien se toca los huevos, se le pone dura y se está a lo que salga. Eso es poder.

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