Unos pocos señores se han convertido en los amos del mundo, han engullido todo lo que han podido y más, han defecado todo su atracón y lo que ahora nos está llegando es el olor de esa moñigos que habían intentado enterrar, pero ya era demasiado el volumen de mierda, rebosó y nos estamos tragando todo su putrefacto hedor.
A todos los niveles, no solo en el mundo.
En Lanzarote, unos pocos señores se han convertido (y otros muchos aspiran a convertirse) en los amos y señores de la isla. Han engullido territorio, han hinchado sus barrigas hasta donde les ha sido posible, y ahora expulsan sobre nuestras caras un gran peo maloliente, como si no supiésemos desde hace tiempo que la indigestión se llama sobreoferta alojativa, y que la enfermedad se llama codicia desmesurada, no ausencia de oferta complementaria.
Lo peor es que esos pocos señores han comprado medios de comunicación desde los que nos repiten incesantemente la indigna mentira de que lo mejor que se puede hacer para salvar a la isla es seguir echando más gasolina a la hoguera que nos está quemando.